El autor del estudio señala que eso se debe a que las personas más inteligentes serían más abiertas a nuevas ideas y, al mismo tiempo, se cuestionan más los dogmas. De hecho, Kanazawa reconoce que “las personas inteligentes son menos propensas a creer en Dios. Y también son menos proclives a tener puntos de vista conservadores”.
Pese a estas conclusiones, el autor del estudio asegura que los resultados no se pueden aplicar a las mujeres. Más precisamente afirma que “ellas siempre fueron relativamente monógamas y, por lo tanto, esto no supone unaevolución, como si lo supone con los hombres”.